Acontecimientos traumáticos como la muerte de el padre, la madre, un familiar o amigo, o las heridas físicas que se les infringe, así como la incursión violenta por parte de los agentes armados del conflicto, pandillas, delincuencia común y los altos índices de pobreza, condiciones de vida humillantes, exclusión social, inclusión en bandas delictivas, detenciones arbitrarias de padres y familiares, causan en los niños daños irreparables, desconfianza, inseguridad, baja autoestima, como también aceptación de la violencia como método de solución para la resolución de problemas, ensombreciendo cada vez mas su confianza en un mejor futuro.
Muchos niños, no tienen acceso a la educación, a la salud, ni participan de actividades sociales o recreativas, no pueden salir de sus casas por los altos niveles de violencia en sus sitios de vivienda, o entran a formar parte de bandas delincuenciales, pierden a sus padres, familiares, vecinos o amigos de forma violenta y sufren la presión de los grupos armados.
La presión psicológica de estos niños aumenta cada día, provocando un cambio sustancial de sus vidas y comportamiento, confinados social, económica y políticamente bajo la excusa de la búsqueda de soluciones estatales a conflictos de mayor relevancia. Estos niños son sometidos a presiones emocionales constantes que distorsionan su percepción del mundo y la realidad que los rodean, dan por sentada la cultura de la violencia y deben asumir que sus perdidas son un componente natural de la vida en sociedad.
En la actualidad millones de niños no conocen la paz y la normalidad, pero saben distinguir perfectamente el sonido de un disparo, identificar un arma, un asalto o una violación; muchos de estos niños padecen trastornos en su comunicación social, conductas ensimismadas, problemas del lenguaje, trastornos del sueño, ataques de pánico, nerviosismo, angustia, conductas violentas y otras alteraciones de personalidad.
Si para esta futura generación, no existe la oportunidad de crecer en una atmosfera de confianza, tolerancia, dialogo y verdadera justicia, La estabilidad en nuestra región será inalcanzable.
Quienes apoyan la guerra, no visualizan el altísimo costo que ella genera.
Muchos niños, no tienen acceso a la educación, a la salud, ni participan de actividades sociales o recreativas, no pueden salir de sus casas por los altos niveles de violencia en sus sitios de vivienda, o entran a formar parte de bandas delincuenciales, pierden a sus padres, familiares, vecinos o amigos de forma violenta y sufren la presión de los grupos armados.
La presión psicológica de estos niños aumenta cada día, provocando un cambio sustancial de sus vidas y comportamiento, confinados social, económica y políticamente bajo la excusa de la búsqueda de soluciones estatales a conflictos de mayor relevancia. Estos niños son sometidos a presiones emocionales constantes que distorsionan su percepción del mundo y la realidad que los rodean, dan por sentada la cultura de la violencia y deben asumir que sus perdidas son un componente natural de la vida en sociedad.
En la actualidad millones de niños no conocen la paz y la normalidad, pero saben distinguir perfectamente el sonido de un disparo, identificar un arma, un asalto o una violación; muchos de estos niños padecen trastornos en su comunicación social, conductas ensimismadas, problemas del lenguaje, trastornos del sueño, ataques de pánico, nerviosismo, angustia, conductas violentas y otras alteraciones de personalidad.
Si para esta futura generación, no existe la oportunidad de crecer en una atmosfera de confianza, tolerancia, dialogo y verdadera justicia, La estabilidad en nuestra región será inalcanzable.
Quienes apoyan la guerra, no visualizan el altísimo costo que ella genera.