Los grandes nombres de la historia, están generalmente asociados a una frase o un acto, cuyo contenido ha sido capaz de cambiar el curso de la humanidad; salvar vidas, inspirar luchas. No cabe duda que la palabra y los gestos tienen un poder enorme, que convertido en frases y hechos hace girar al mundo.
¿Pero que hay de esas frases y acciones cotidianas? De aquellas que se dicen o se callan, se hacen o se evitan; las que vienen provistas de mentiras o verdades. Las que no debemos buscar al interior de un libro para sentirnos conmovidos, alegres, tristes, afectados o motivados.
Esa palabra y ese gesto que brota de los labios de tu hijo, pareja, padres, amigos o vecinos.
Realmente ¿Las personas hacen una pausa, antes de dejar escapar aquellas letras que emergen del fondo de su garganta y en forma de sonidos instituyen palabras y frases? O ¿Meditan antes de fruncir un seño, lanzar una bofetada o brindar una caricia?
Si todo lo que debió decirse se hubiera dicho y todo lo que tuvo que obviarse se hubiera contenido ¿Seria diferente el mundo? Cuando menos el mundo común, el de esas personas que encuentras cuando vas por la calle.
La importancia de expresar con claridad los sentimientos y de entender los que llegan a nuestros oídos; a nuestra piel y labios, es esencial para vivir una vida plena. Ser consecuente con lo que guardas en el cofre de tu mente y regalas a otros, porque una moneda dorada no necesariamente es de oro; por mucho que quieras hacerlo creer a otros.
Si las personas se habituaran a escuchar y sentir la verdad, esa que surge simple y diáfana; ni buena ni mala, sino honesta. La frase que incomoda pero es cierta, el halago que se brinda sin presiones ni pretensiones. El abrazo pleno de calidez, la mano que se libera.
¿Acaso no sería mas sano el mundo, si dentro de una actitud madura y positiva, pudiéramos vernos a los ojos diciéndonos las verdades más hirientes o las más estimulantes?
No siempre escucharás lo que querías, y seguramente te tomará por sorpresa aquello que no esperabas oír. A veces quienes te rodean no reaccionarán como calculaste, pero el mundo está hecho de esas cosas. Es la sorpresa en si lo que lo hace tan valioso.
Un te amo o un no te quiero, puede ser igual de estimable y necesario para una persona, como un hasta luego o una bienvenida.
Aprender a expresar nuestra verdad sin evasivas, con la confianza de no engañar a otros y mucho menos a nosotros mismos, es completamente necesario. No existen pequeñas y piadosas mentiras ¿Acaso te gusta que te engañen? Si es así, te recomendaría visitar a un psiquiatra, porque querer disimular el mundo a fuerza de frases falsas e intenciones adornadas es un problema de autoestima.
Asume el riesgo de ser consecuente, directo y expresar tus emociones; de no ocultar tus verdaderas intenciones, y exigir ese mismo respeto a quienes se relacionan contigo.
Establece tus límites para no caer en un cosmos de mentiras, y cuando te equivoques acéptalo. Aprende a decir no, y en la misma medida asume que actúas por tu propia cuenta; que nadie puede obligarte a nada, así como tú no obligas a otros. Entenderás que las puertas que se abren son el camino elegido por tu conducta, y aquellas que no, de cualquier modo, jamás estarían abiertas.
Aplica en tu vida la etiqueta que consideres necesaria, con toda la libertad de expresar aquello que te gusta o en los aspectos que difieres.
Las palabras y los gestos vacíos son semillas estériles en medio de un desierto. Claro, podrás decir que siempre hay alternativas, o que existen las mentiras piadosas que en ocasiones hacen menos daño. Te diré algo, es mentira. Porque aun cuando pueda existir más de un camino, no podrás tomarlos todos al mismo tiempo, así funciona la vida.
Que el silencio es salud, quizá, pero no decir la verdad es llenarse de mentiras. No necesitas hablar para que tus gestos delaten tu conducta.
Admite siempre quien eres y siéntete orgulloso de ello, comprende que el poder de tus frases y gestos es el poder de tu vida.
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